Eran las 7:00 de la mañana cuando sonaba el despertador y no sabía si levantarme, o dar media vuelta y seguir al abrigo de las mantas. La verdad es que cuando el invierno aprieta cuesta empezar la jornada de pesca, sólo la gran afición/pasión que tenemos, nos empuja a creer que el tremendo pez de nuestros sueños nos estará esperando en el río. Aunque estén cayendo chuzos de punta, me levanté con esa ilusión para ir donde había quedado con Paco Esteban, Paco Tuéjar para los amigos.
Quedamos en el bar y como la temperatura exterior era apenas de 3 grados, decidimos ir calentando motores con un buen almuerzo y dejar que el sol subiera algo más en el horizonte, porque con el sol bajo se crean incómodos reflejos en el agua que no permiten ver bien a tan esquivo pez.
Eran ya eso de las 10:00 de la mañana cuando habiéndonos echado todo tipo de risas, anécdotas y tonterías varias, decidimos ponernos por fin el traje de luces para entrar en el agua.
Paco amablemente me dijo que me metiera yo en una parte del río que los dos consideramos mejor, porque esta algo mas despejada de ramaje y ofrece muchas más posturas para los barbos. Pues él ya había salido a pescar barbo varias veces las semanas anteriores y yo no lo había podido acompañar.
Como no podía ser de otra manera, nada más poner un pie en el río un barbo salía a toda velocidad despavorido, al no haberlo visto. Es increíble como se mimetizan con el fondo, teniendo que poner gran atención, incluso a veces, tener que estar parados en una buena postura observando un rato hasta que se mueven un poco para detectarlos. A este ya no lo podría engañar, así que tendría que seguir río arriba para intentar coger a otro desprevenido.
Cosa que no tardó mucho en pasar, poco más arriba me encontré, al abrigo que una piedra les proporcionaba de la corriente, una pareja de barbos preciosos. Con mucho cuidado me coloqué a unos 3 metros de ellos, la «San Juan» estaba preparada y si hacía un buen lance me podría resarcir de la metedura de pata anterior.
Haciendo un par de falsos lances posé la mosca en el agua de forma bastante sutil, lo cual no hizo sospechar del engaño a los barbos. Desgraciadamente para mis intenciones el lance me queda demasiado vertical y en cuando la mosca empieza a derivar por la corriente, la línea roza el lomo de uno de ellos y en un abrir y cerrar de ojos, los barbos desaparecen corriente arriba buscando la protección de las cañas de la orilla de enfrente, de nuevo me dan una lección de como no hacer las cosas.
Al poco mi amigo Paco aparece por la zona de pesca y comenzamos una conversación:
- ¿Qué tal compañero, como va?
- Pues de momento no he pillado ninguno, ¿y tú, que tal?
- Pues yo si he pillado uno.
- Eres una máquina, ¿cómo te ha entrado?
El amigo Paco empieza a contarme el lance. Como tenía unos cuantos barbos en la orilla de enfrente, utilizando una ninfita de pelo de oreja de liebre en color marrón. Se la puso delante a un par de metros del grupo y cuando llegó a la altura de los mismos, uno de ellos no pudo resistirse al manjar y la tomo ingenuamente. La clavada y la carrera río arriba fue todo uno. Tras unos primeros momentos algo tensos porque el barbo busca desesperadamente las ramas y las cañas, Paco Esteban empieza a hacerse dueño de la situación a la vez que el barbo empieza a perder la batalla. No sin dar alguna última carrera que saca unos cuantos metros de línea y finalmente acaba en la sacadera. Foto y al agua, como no podía ser de otra manera, tras la noble lucha que hemos tenido con él.
Continuamos con la pesca y unos minutos después del relato de Paco, cuando Paco todavía estaba a mi lado, se me presenta otra ocasión. Le hago una señal a mi compañero indicándole que he visto un grupo de 4 barbos, que parecía que se habían acercado a escuchar el relato de la captura de Paco. Entonces aprovecha para sacar la cámara de vídeo que lleva y ponerse a grabarme.
Esta vez me encontraba en una posición ventajosa, porque los tenía algo ladeados, con lo cual la línea no los espantaría. Tras el relato de Paco, no dudé en quitar la «San Juan» y poner una ninfa de efémera en color marrón. Hago un par de falsos lances de manera algo forzada, porque justo detrás tengo unos juncos que no me dejan lanzar libremente y poso la ninfa a tres metros ellos. Tras 2 segundos de tensión, de repente veo uno de ellos ladearse extrañamente y noto un parón seco en la deriva de la mosca. ¡Ya está!, me había cogido la ninfa y clavo. Es un buen barbo, muy potente y hace una carrera río arriba que me resulta imposible detener. Salen unos 15 metros de línea, cuando ya empiezo a lograr detenerlo, para lo cual me ayuda una roca en la que el barbo se ha quedado a rebufo. Tenso la caña y empiezo a traerlo hacia mi, no sin tener que frenar alguna carrera mas intentando meterse en los arbustos del río. Finalmente lo tengo al lado, cojo la sacadera y salabro: ¡Tomaaaa! Le choco la mano a mi compañero disfrutando del momento, y tras la foto mi contrincante va directo al agua.
Seguimos pescando río arriba. Al rato de estar buscando en las posturas que creía que podían estar comiendo, escucho que me llama mi compañero con otro barbo en la sacadera. Una buena pieza por lo que veo desde la lejanía. Le saludo y sigo a lo mío sin tener buenos resultados.
Al rato se acerca Paco Esteban contándome que después de lo que me había contado, todavía había conseguido clavar otro. Mientras charlamos yo consigo engañar mi segundo barbo de la jornada, que sería también el último.
En esa misma poza Paco Esteban aun clavaría otro buen barbo más. Todos los pescamos con ninfas en tonos marrones que parece ser que es lo que querían hoy.
Espero que hayáis disfrutado de la lectura de esta crónica tanto como nosotros disfrutamos de ese día de pesca tras el barbo.