Después de un tiempo planeando una salida de pesca con Juan, dueño y señor del Coto La Terrera, el coto de los grandes truchones, al fin llegó el día más esperado tanto por mi parte como por Juan.
De modo casi improvisado, lo preparamos todo para vivir un día de pesca tras los esócidos de nuestro embalse preferido.
A las 6 de la mañana estaba Juan esperándome en la puerta de su casa con la neverilla llena a tope con el avío y la bebida. Como no, también venía con uno de sus equipos de pesca de mosca preparados para una dura batalla con algún buen pez.
Como es habitual, a las 7 de la mañana ya estábamos en el bar de costumbre para tomarnos un cafetico y un chupito de peché para entonar un poco el cuerpo con el frío que hace y el viento que se preveía.
Llegamos al embarcadero elegido para la ocasión, botamos la barca y arrancamos el nuevo Motorguide 82 lbs con sus correspondientes 2 baterías de 180Ah cada una. Cruzamos a la otra orilla y buscamos unas réculas, que tuvieran un desnivel más o menos normal, y que sea de tierra con algo de vegetación sumergida.
Nos pusimos cañas a la obra, cuando al tercer lance a un árbol semisumergido se arranca el primer lucio como un proyectil hacia mi crankbait Mann`s stretch 20+. Ese primer luciete de 2 kilos me dió más o menos la pista de como los podríamos encontrar en ese día y acordándome de las palabras de The Doctor (que a su vez hacía suya la antológica frase de Javi El secre) pensé: «Ya no hacemos porra».
Nada más devolver el pez al agua, Juan dice: «Llevo algo». Cuando a los 3 segundos un bass sube a saltar en superficie intentando deshacerse de un pikie de 6″ destinado al lucio. Era el primer bass del día que alegró la cara de Juan como si de un principiante se tratara. Parecía que el día empezaba bien.
Continuamos por esa orilla pescando un cortado de piedra con bastante desnivel y una gran punta, pero nada. Al probar dos sitios bien distintos, ya pensé donde más o menos estaban los peces y buscamos sitios parecidos a los que nos habían dado peces.
Cambiamos de orilla de nuevo. Sin embargo, ya eran las 10 y cuarto, así que busqué un final de recula que no hiciera viento y que diera el sol. El objetivo era almorzar como Dios manda con su correspondiente café y cubalibre como tiene que ser.
Juan estaba flipando del embalse y del buen bass que había pillado, pero para él eso no sería nada para lo que le aconteció. Seguimos en esa misma récula y a mí me siguió hasta la misma barca un buen lucio tras la spinnerbait. Al siguiente lance en menos de 1 metro de agua, y al recoger, patapam, ¡otro bass con el agua a 9 grados! Esta vez al que se le quedó la cara de sorpresa fue a mí. Ya eran 2 basses en pleno mes de febrero, nunca me había pasado algo así.
Al soltar ese bass ya llevábamos una hora sin sacar nada. En ese momento Juan me dice: «¿Qué pikie pongo que estoy cansado de ver el mismo?». Finalmente optó por uno que tenía en la caja sin usar ya 2 años. Un pikie azul oscuro, por el que no estaba muy convencido, pero le duró poco la duda. Al primer lance, un buen lucio de 4 kilos se avalanzó sobre su señuelo. Tras una buena batalla forzando el equipo para que ese lucio no se enramara y lo perdiera, lo subió a la barca. Juan no se lo creía.
Tras soltar el pez, a los 10 minutos con ese mismo pikie otro pez más. Esta vez uno de 3 kilos. Juan ya estaba a punto de ponerse a bailar en la barca.
Pues ahí no quedó la cosa. Cuando en un lance de esos que se hacen «sin sentido», ¡Zasssss! Un muy buen esócido engulló el pikie. Ese pez no era un pez cualquiera. Era un buen lucio de 7 kilos que hizo a Juan vibrar, haciéndole temblar las piernas. Tras 10 minutos de pelea lo subí a la barca para hacerle un par de fotos.
Al devolver ese pez al agua, Juan con los nervios a flor de piel se tuvo que sentar en su culatín y dejar de pescar durante 5 minutos para recuperarse de la emoción vivida. Cinco minutos más tarde no lo pudo remediar y siguió pescando.
Como no, no fue su último pez. Entonces pasó lo que nunca había visto. Clavar un lucio de 3 kilos, ¡al robo! con el pikie y sacarlo. Increíble, no daba crédito a lo que veía.
La misión del día estaba más que cumplida, es decir que Juan disfrutara. Juan estaba en una nube. En ese momento dejó de lado el spinning y dió paso a la pesca a mosca.
Mientras tanto yo ponía otro pikie igual y seguía pescando. Cuando en eso lanzo a un árbol separado de la orilla unos 3 metros y ¡plas! Otro buen lucio entro franco al señuelo y tras una buena batalla salió otro buen pez de unos 6.5kg más o menos.
Estuvimos otro rato más por la zona. En eso que de nuevo con una spinner chartreusse otro lucio la siguió hasta la barca. Este lucio sería de unos 3 kilos. Recordando en ese momento una acción del maestro Santi Castro, apreté el gatillo del carrete dejando la spinner caer haciendo el helicóptero. El esócido no se resistió y la atacó con ganas. Esa imagen vale más que mil palabras. La visión de ver un lucio de 3 kilos revolviéndose y atacar la spinner en 2 metros de agua fue increíble.
Tras 2 horas sin picadas, volvimos pasando por una zona de piedras. Una vez más otro lucio atacó de nuevo el mogambo mágico (el mogambo con el que saqué lo que hasta hoy es mi pez récord). Ese ataque se transformó en otro buen lucio de 5 kilos que subí a la barca.
El día estaba siendo extraordinario, muy por encima de las expectativas que yo tenía en un principio, pues el tiempo era cambiante y el viento estaba molestándonos pero bien.
Tras pescar otro rato más una recula cercana al coche ya, el viento no cesaba. Así que creímos conveniente no jugárnosla y sacamos nuestra barca tranquilamente. Con la barca ya fuera del agua hicimos una comida-merienda a las 5 de la tarde.
Juan quedó totalmente extasiado de pesca y de diversión. En el viaje de vuelta hacia Casas-Ibañez Juan iba mirando de nuevo las fotos en su móvil una y otra vez. Yo quedé totalmente satisfecho por el día de pesca y mucho más por hacer que un amigo viva un día de pesca extraordinario, que no será el último.
¡Saludos y buena pesca!