Hay veces en la vida en que las cosas suceden cuando menos te las esperas. Éste año, sin duda se ha caracterizado por marcar un punto de inflexión en mi trayectoria como pescador. He abandonado la competición, he vendido mi querida 482, he empezado a hacer incursiones en el mar…en fin, muchos cambios en poco tiempo. La cuestión es que hacía bastante tiempo que no iba a pescar al bass, y más aún que no me acercaba a Tous.
A Juan y a mí nos apetecía mucho probar suerte en Tous. En nuestra mente, estaban grabadas a fuego memorables jornadas de pesca en sus aguas; pero parecían demasiado lejanas en el tiempo.
El pronóstico del tiempo para ese 27 de octubre no era muy halagüeño. No amenazaba lluvia pero, el viento, iba a ser el protagonista de la jornada.
Al botar el barco de Juan, el embalse estaba en calma, cruzamos a la orilla de enfrente y tomamos rumbo hacia la presa. Estábamos sorprendidos del escaso nivel que presentaba el embalse, dejando al descubierto los secretos de su orografía.
Utilizamos un típico patrón de otoño, usando crankbaits y spinners; pero no obteníamos resultados. Llegamos hasta la punta frente a la presa y no habíamos obtenido ninguna picada. Pero todo iba a cambiar de un modo drástico. Al terminar de bordear la punta, decidí probar con un paseante. Empecé a lanzar hacia aguas abiertas y a los pocos lances, una explosión en la superficie me sacó de golpe del sopor. Tras una breve pero intensa lucha, un buen ejemplar cercano a los dos kilos estaba posando para la foto.
Machacamos la zona con el mismo señuelo, sondeando ahora todas las paredes verticales que delimitan esa zona, haciendo lances largos para evitar ser vistos. La velocidad de recogida del paseante competía con el viento por salvar las olas que empezaban a hacer acto de presencia. Varios ejemplares de talla similar fueron saliendo con éste patrón en pocos minutos. Nuestro corazón latía con fuerza y la adrenalina corría sin control por nuestra sangre. Apasionante.
Entre ese frenesí, mi compañero, fiel discípulo de su Ika, conseguía también un gran ejemplar “a la caída” con su señuelo talismán. No podía ser de otra forma,” Ikaman” tenía que cobrarse su tributo.
El viento ya era más que fuerte y una embarcación que estaba por la misma zona que nosotros, decidió darse la vuelta ya que no podía avanzar contra el viento, y corría riesgo de no poder volver. Nuestro imponente motor eléctrico impulsaba nuestro barco como si tal cosa. Lo cierto es que en éstas circunstancias es cuando se ve la diferencia entre un motor eléctrico y “la bestia” de los eléctricos…
Decidimos almorzar; tratar de recuperar la serenidad relamiéndonos con la comida y comentar nuestra buena suerte. ¡Nada comparado con lo que iba a venir!
Tras reponer fuerzas, y ante la imposibilidad de seguir utilizando el paseante, y mucho menos el Ika, nos montamos un crankbait de media profundidad y un lipless. Ya nos dábamos por satisfechos con las capturas obtenidas hasta el momento. Durante quince minutos no obtuvimos ninguna picada, lo que nos hacía sospechar que había sido un espejismo lo ocurrido antes de almorzar, pero no. En cuanto giramos la curva siguiente hacia la izquierda en dirección a escalona empezó de nuevo el festival. Los peces empezaron a atacar con rabia nuestros señuelos. Todos los ejemplares que nos atacaban era más que buenos.
Inexplicablemente muchas de las picadas que tenía terminaban con la pérdida del bass antes de que pudiera subirlo a bordo. Todavía no sé porque, ya que todo el equipo estaba en perfecto estado y además era el adecuado para esa técnica.
Poco a poco fuimos llegando hasta el final del embalse en la recula de escalona. Allí conseguí una captura con una spoon, prácticamente debajo del barco ¡vaya susto! Ja, Ja.
El regreso lo hicimos ametrallando la orilla opuesta con los lipless y al mismo tiempo tratando de mantener el equilibrio a bordo, ya que el fuerte viento hacía que el oleaje hiciera muy incómodo el manejo del eléctrico. Pero las picadas nos hacían olvidar las condiciones climáticas.
En ese contexto, mi compañero exclama: ¡Otro! y, efectivamente, cuando vuelvo la mirada veo a mi compañero con la caña completamente arqueada. Sin duda era un gran ejemplar dada la fuerza de la que hacía gala. Finalmente subió a bordo un torpedo de 2.9 Kg que a la postre sería la pieza mayor del día.
Continuamos nuestro periplo de regreso capturando y perdiendo algunos peces más, hasta que llegamos nuevamente a la punta frente la presa. Ahí nuestro motor de proa ya daba muestras de fatiga de sus baterías. Así que pusimos en marcha “la bestia” y tomamos rumbo a la rampa. Yo me encontraba exhausto tras una dura jornada luchando contra el viento, con un pie en el eléctrico y el brazo destrozado de lanzar y clavar peces. Todo el trayecto de regreso lo realicé tumbado mientras mi compañero patroneaba.
Una jornada memorable, de las mejores…¿eh, compañero?