Cuando escribo estas primeras líneas de esta crónica estoy al borde de un fallo multiorgánico debido a la ingesta masiva de lípidos y azúcares, que aún estoy intentando superar engullendo fructosa y vitamina C.
El plan inicial era una salida luciera-destructiva por los dominios de Arévalo con «The Guardian», pero la meteorología adversa propicio un cambio de planes de última hora:
¿Qué te parece si vamos al coto de «La Terrera» y nos jodemos unas cuantas truchas?
El plan alternativo de «The Guardian» era tentador, más cuando Emilio subió la apuesta:
No te tienes que preocupar por nada, ya me encargo yo del avio.
Así que no pude resistirme a esa visita al coto intensivo de «La Terrera». Cuando comenté en el club mis planes para el fin de semana, Miguel «El Presi» y Sabalete (chico Freixenet), se interesaron por unirse a la fiesta. El círculo se cuadró propiciado por un wassap provocativo de Paco Arroyo a Javi «El Secre». La lista de integrantes de la expedición a tierras manchegas estaba cerrada, sólo faltaba cerrar la cuestión logística. Mi propuesta era una deducción lógica:
Vamos en mi coche… y volvemos en ambulancia.
Así que tras recibir las instrucciones altas y claras por parte de nuestro agente en el terreno, «A las 7 a.m. en Casas-Ibáñez», dispusimos los preparativos para el viaje.
El viaje hasta tierras manchegas deparó todo tipo de conversaciones que incluyeron vocablos destacables por su frecuencia como «pastillitas», «freixenet», «pinchar», etc.
Emilio, como buen anfitrión, nos esperaba con los brazos abiertos a la entrada de su pueblo. Dejamos mi coche a buen recaudo y nos dirigimos en noche cerrada hacia el puestet del guarda para expedir los pases.
Pocos minutos después estábamos montando cañas entre dos luces. Las líneas 20 y 22 se escabullían entre nuestros toscos dedos acostumbrados a líneas de más porte utilizadas para el bass. Las primeras elecciones fueron crankbaits buscando los truchones de 7-8 kilos que se rumorea habitan estas aguas del río Cabriel.
La expedición del Valencia Bass fue dejando unidades a lo largo del río en puestos estrategicamente elegidos por nuestro comandante «The Guardian» con el objetivo de maximizar el número de capturas.
Personalmente tuve el privilegio de acompañar a Emilio a la zona de la presa para comenzar la jornada de pesca. No tardamos en avistar los primeros steelheads surcando las aguas contra corriente. Aquello era lo más cerca que había estado de las migraciones de los salmónidos en los ríos de Alaska.
Emilio empezó con paso firme trabajando su mejor crankbait. Se puede observar como está totalmente entregado en su tarea de conseguir el cupo, incluso parecía que se lo ponía cara de truchón macho.
Por mi parte, yo probaba con una imitación Rapalera de un barbo que no me daba ninguna picada. Cuando me quise dar cuenta, Emilio ya llevaba su primer par de truchones. Esto no podía ser, tenía que apretar. Así que saqué una imitación rapalera de una perca sol en modelo shap rap. Esto no podía fallar.
A los pocos lances capturaba mi primera trucha que peleaba ferozmente aguas abajo. La lucha intentando evitar que partiera mi línea con las piedras sumergidas me mantuvo en tensión hasta que Emilio la ensalabró. Ya no hacía porra.
Mientras tanto, aguas abajo, Javi estaba disfrutando como un enano peleando con truchones por encima de kilo que lo hacían gozar casi de forma orgásmica. Finalmente sacaría tres, y uno hizo estallar su línea en una clavada algo brusca.
Por mi parte, yo clavaría una segunda trucha que me sorprendió con un salto fuera del agua, pero que desafortunadamente se zafó de la potera, y Emilio haría su tercera trucha durante esta primera manga. Nótese la cara iluminada de felicidad que portaba Emilio.
La hora emiliana de almuerzo se aproximaba y las tripas empezaban a rugir. Así que a regañadientes nos retiramos al refugio del pescador, perfectamente acondicionado, para degustar el avío que Emilio había preparado.
La conversación de camino hasta el refugio fue monopolizada por truchones y más truchones que salían de nuestros labios. El resultado al descanso fue: Emilio, cuatro, Javi, tres, Jorge, una, Miguel y Juan, porra.
El avío era digno de «The Guardian», el menú para 5 personas era 3 kilos de panceta, 3 kilos de longanizas y chorizos, y 2 retratos de gorrino acompañado por 5 barras de pan de kilo. Por nuestra parte intentamos estar a la altura, con dulces diversos que dieron 1.5 kilos en la báscula. Quasi res porta el diari!
Obviamente, el cerebro pudo controlar los impulsos del cerebelo y reservamos una parte de las viandas para la comida.
Emilio se puso a los mandos de la nave y comenzó a preparar la parrillada. Se notaba que no era la primera que hacía. Con una destreza inusitada llenó una parrilla de panceta y la puso sobres las ascuas. Aprovechamos para conversar con Juan, el guarda del coto, comentando las mejores jugadas de la mañana.
Dimos buena cuenta de los manjares manchegos que dispuso Emilio sobre la mesa como se puede observar por la fotografía.
Yo había entrado en modo visión tunel y sólo veía el trozo de panceta que tenía delante.
Miguel, menos mal que te tomaste la pastillita azul.
Volvimos a la carga en un second round donde las truchas estarían mucho más duras después de ser pinchadas.
El comienzo fue dubitativo, yo andaba «com pollastre sense cap» buscando el puestet que me daría el cupo. Otros sucumbieron rápidamente al pescateo y tiraron mano de goma2 (yo me incluyo).
Emilio, amante de la pesca finesse, insistía con crankbait que le daría la alegría del día.
Cuando me quise dar cuenta, Emilio llevaba un truchón de 2.5kg que hacía silbar su carrete como un demonio. Me acerqué para ayudar, pero aquello iba para largo. Tras más de 10 minutos de una batalla épica con un macho que aprovechaba sabiamente la corriente, ensalabré como buen sacadera-man en el que me había convertido. Emilio explotó en un grito de júbilo. Muy buena trucha.
Acto seguido, Miguel sacaría su primera trucha esquivando la porra. Viendo que me iba con una trucha para casa, subí a la zona de la presa (rebautizada como «El Corte Inglés»). Allí aproveché para hacer picar por reacción una de las truchas que se mantenían contra la corriente. El señuelo mágico fue de nuevo el shap rap.
Javi, llegó por allí, y menos mal que vino. Javi vadeaba el río con el estilo de un pro, cuando inesperadamente robé del lomo con un jerkbait una de las truchas que por allí andaba.
La trucha se metió en mis pies debajo de una alfombra de juncos y no era capaz de moverla de ahí. Javi acudió en mi ayuda para solventar el problema y darme mi tercera trucha del día.
De ahí, subiríamos hasta la pared de la presa donde encontramos a Juan con la primera y la que sería su única trucha. Poco más estaríamos por allí, porque eran las 15h y tocaba comer, digo tocaba porque hambre, lo que es hambre había que buscarla.
De nuevo Emilio tiró de maestría con las parrillas y puso delante de nuestros ojos otro plato de delicias porcinas. Juan, como buen jugador de póker, supo retirarse a tiempo, y la cúpula del VBC tuvo que dejar alto el pabellón de los «valencians«.
La sobremesa fue cerrada por una ronda de cubatas «made in The Guardian».
La fregada quedó en manos de nuestro anfitrión en tierras manchegas.
Esta crónica va dedicada a Emilio por su excelente acogida y su magnífico servicio de guía de pesca y catering al más puro estilo «The Guardian». Muchas gracias.